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Nadie dijo que ser adolescente fuera fácil y, menos, cuando tienes que soportar el acoso y los malos tratos de tus compañeros de instituto día sí, día también. Y, aunque todos lo hemos sufrido (unos más, otros menos), sabemos que existe una salida, o más de una, pero la protagonista de esta historia, escoge la peor de todas.
«Por trece razones» nos presenta a Hannah Baker, una chica del montón, amable y buena, con unas notas que más o menos la ayudan a pasar de curso, pero trabajadora y amiga de sus (no) amigos, que graba trece cintas de cassette, dónde explica los motivos que la llevaron al suicidio. Sí, la prota de esta serie es una suicida de dieciocho años que tuvo que sufrir el (siempre taboo) maldito Bullying.
Trece cintas, trece personajes, trece capítulos. Trece maneras de destrozar el corazón, el honor, la moral, el alma y la vida de alguien que sólo quería encajar en un mundo extremedamente cruel, a una edad en la que aún no tienes la fuerza ni la personalidad suficientes para plantarle cara a todo lo que pasa a tu alrededor.
Cada capítulo es más descorazonador que el anterior y, aunque sabes que el suicidio nunca es la opción correcta, entiendes por qué Hannah acaba como lo hace.
Los personajes, aunque adolescentes, están bien definidos. Son realistas. El chico rico, la animadora popular, el friki, la gótica, el raro… Todos y cada uno, aunque no sea de manera directa, acaban por decidir el destino de la protagonista que, a su mala suerte, la conocemos a base de flashbacks.
Y, aunque estemos acostumbrados a series como Juego de Tronos, The Walking Dead, etc. en los que la muerte y la desgracia son las estrellas principales, ninguna te deja el cuerpo tan mal como «Por trece razones», porque todo lo que pasa, lo que se vive dentro y fuera del Instituto Liberty, antes y después del suicidio de Hannah, es tan triste y real como la vida misma.
El Bullying existe y, por más que la palabra sea nueva, nos suene a Chino o queramos ignorarlo, está ahí y, cada año, se cobra más víctimas. No es el clásico «nos pegamos una tunda en el patio y, luego, tan amigos»; esta «gente» te machaca psicológica y físicamente, hasta que, como bien dice Hannah, dejas de sentir nada y crees que eres una cáscara vacía. Es un tema muy serio como para que no se hable de él con total Libertad.
Personalmente, esta serie debería ser obligatoria para todo el mundo y, más, para un público a partir de los doce años, que es cuando se empieza la ESO y cuando más vulnerables somos.
Siempre hay una salida, aunque no la veamos o no nos dejen verla. Hannah no fue una dramática o una chica que se lo tomaba todo a pecho, ni siquiera fue su culpa el por qué la trataban así… sólo fue una víctima inocente de la maldad de muchos que la rodeaban. Porque, a veces, no es más malo el que te trata mal, sino el que lo ve y no hace nada por impedirlo.